Por muchos años me he dedicado a profundizar en el asombroso enigma que subyace detrás del misterio de la vida. ¿Qué es? ¿Cómo llegó a ser? ¿Hasta qué punto podemos asimilarlo? ¿Es esta la variable que falta en las ecuaciones de los grandes físicos?
Lamentablemente, pese a lo que muchos piensan, somos una especie aún bastante limitada; tan solo podemos inferir respuestas subjetivas aproximadas en función de las experiencias superiores —"espirituales" sea quizás un término más ad hoc para describirlas, aunque es una palabra ya bastante desvirtuada al día de hoy—.
La realidad es que no podemos saber nada con certeza mientras sigamos siendo seres subjetivos —justamente la problemática real detrás de todas las contrariedades de nuestra especie—. El humano se ha convertido en un animal insensible e indolente, desconectado; y así procrea y construye el destino de la vida en general, poniendo en riesgo a maravillosas especies que han sido parte de este bello planeta desde antes que nosotros.
El hecho de entender a fondo cómo funcionan los algoritmos de inteligencia artificial, me ayudó a comprender años atrás cómo el ser humano es justamente una inteligencia artificial. A partir de ese momento, mi comprensión del ego se fue desenvolviendo por sí sola ante mis ojos, hasta que finalmente logré verlo con gran simpleza y claridad.
Parte de estas comprensiones las comparto en mi obra "Disolución final: Las tres muertes del ego", dirigido a todos los buscadores introspectivos —serios— que están en busca de las grandes respuestas, incursionando por supuesto en el sorprendente mundo del autoconocimiento.
A todos mis posibles lectores, les recomiendo familiarizarse con la enseñanza de G. I. Gurdjieff (El Cuarto Camino) y con las exposiciones de J. Krishnamurti; estas les serán de gran utilidad.
Raúl Díaz P.